viernes, 25 de marzo de 2016

Expedición a los cajones de mi abuela.


Mientras me prepara la leche y unta las tostadas con manteca y azúcar. Subo la escalera despacio, tratando de no hacer ruido, intentando no patinarme con las medias en esos escalones lustrados y brillosos.
La escalera que gira, traicionera, es el obstáculo para ir en busca de ese misterio, pero la conozco y me aferro a sus barandas ...Entro a la pieza, un rosario enorme, colgado en la pared me mira casi culpándome. Pero la curiosidad es más grande, y entonces abro para hurguetear.
El olor a madera, o a humedad, o a abuelos me invade, lo oscuro no me deja ver entonces lo que hago es tocar para guiarme. Cosas frías, de metal, o de vidrio, cosas cálidas, de madera o papel.
Mi vista se acostumbra a lo oscuro y encuentro una maquinita de afeitar con tornillo y bien pesada.
Veo un par de lentes bien redondos y muchas fotos de gente que ni conozco, papeles y cartas.
El abuelo está en ese cajón, lo saludó, le doy un beso, un abrazo y cierro, para ir a pasar tiempo con la abuela, disfrutando de sus tostadas y escuchando las historias de sus novelas de tarde.